Enrique Sacristán / Sinc Tras el susto inicial, por una peligrosa aproximación a una chatarra espacial, el nuevo satélite europeo Sentinel-1A ya ha presentado sus primeras imágenes, que muestran desde la evolución de los glaciares en la Antártida hasta desbordamientos de ríos en África, emisiones de fuel en el Mar del Norte o las cosechas del valle del Ebro. Toda esta información, muy útil para vigilar el estado del planeta y predecir los desastres naturales, se consigue gracias a un potente radar, según explica el director del proyecto, el ingeniero aragonés Ramón Torres.

Su despegue el pasado 3 de abril desde Kourou, en la Guayana Francesa, fue perfecto, pero poco después de que el lanzador inyectara al nuevo satélite Sentinel-1A cerca de su órbita, saltaron las alarmas. Al introducir sus coordenadas en la base de datos de basura espacial, las pantallas anunciaron que el viejo satélite Acrimsat de la NASA iba a pasar a tan solo 20 metros de la nave.

“Fue un tema serio y la primera vez que pasa algo así en el espacio”, explica el ingeniero español Ramón Torres (Zaragoza, 1960), jefe del proyecto Sentinel-1, desde el centro ESTEC de la Agencia Espacial Europea (ESA) en Holanda.

“Las maniobras para evitar colisiones son algo habitual, pero nunca había sucedido un evento de este tipo de forma tan inmediata. Así que, aunque los propulsores todavía no estaban bien calibrados, tuvimos que estimar rápidamente el impulso a aplicar. Ni muy pequeño ni muy grande, ya que se corría el riesgo de producir una rotación indeseada o la pérdida de iluminación solar para el satélite”, recuerda.

Afortunadamente la pericia de los técnicos permitió efectuar una maniobra de adelantamiento por debajo de Acrimsat y alejar a Sentinel-1A del peligro. En los días siguientes fue recuperando órbita y ya se aproxima a su altitud definitiva, 693 kilómetros, donde operará a lo largo de los próximos siete años. La nave pasa cada 100 minutos por los dos polos y da 175 vueltas alrededor de toda la Tierra durante un ciclo de 12 días.

Este Sentinel (centinela, en inglés) es el primero de una serie de satélites del programa Copernicus de monitorización de la Tierra promovido por la Comisión Europea y la ESA. Sus datos servirán para gestionar el tráfico marítimo, identificar cultivos, detectar movimientos de tierras y vigilar masas de hielo.

El principal y único instrumento del satélite es un avanzado radar de apertura sintética, compuesto por una antena exterior de 12 metros –que transmite y recibe pulsos de frecuencia de microondas– y una electrónica asociada. Opera día y noche, y sus imágenes no se ven afectadas en ningún momento por la presencia de nubes o cualquier otro fenómeno meteorológico.

Para navegantes, agricultores, esquiadores y constructores

“Actualmente estamos en una fase de calibrado de los sistemas que durará tres meses, pero luego el radar ofrecerá sus datos de forma continua y sistemática para ponerlos a disposición de navegantes, agricultores, esquiadores, constructores, administraciones o cualquier otro colectivo que los necesite”, destaca Torres, quien explica los cuatro modos de funcionamiento que tiene Sentinel 1.

El modo habitual, cuando sobrevuela tierra firme y las áreas marinas próximas a la costa por donde discurren la mayoría de las rutas marítimas, es el denominado ‘interferometric wide swath’. Se registran franjas de terreno de 250 km de ancho con una resolución de 20×5 m.

De esta forma ya se ha detectado, mediante tonos rojizos y azulados, la distinta velocidad a la que avanzan algunos glaciares en la Antártida o en las islas noruegas de Svalbard, en el Ártico. “Las imágenes radar son en blanco y negro, pero se pueden colorear de acuerdo a los cuatro parámetros o dimensiones en que se reciben, lo que ofrece información valiosa”, aclara Torres.

El último desbordamiento del río Zambeze, en Namibia, también se ha captado con esta modalidad, y la calidad de los datos da una idea de las posibilidades del satélite a la hora de gestionar este tipo de desastres. Por ejemplo, en las recientes inundaciones en Reino Unido, las imágenes tardaron 30 horas en procesarse y estar disponibles, pero se espera que con los nuevos Sentinel lleguen casi en tiempo real y con una resolución vertical del orden de milímetros, lo que permitirá predecir con rapidez la evolución de las aguas.

El segundo modo se llama ‘wave mode’ (modo olas) y se activa cuando la nave sobrevuela el océano abierto. En este caso se toman muestras puntuales de 20×20 km, que permiten deducir el tamaño y la dirección del oleaje, y, en consecuencia, la velocidad de los vientos y las corrientes. Esta información se puede introducir en los modelos climáticos y de predicción del tiempo. En casos concretos también se puede cambiar de modalidad en el mar, para observar actividades concretas con más detalle, como los vertidos de las plataformas petrolíferas frente a las costas de Noruega.

Misión especial: terremotos

El modo ‘strip map’ es el que mayor resolución consigue (5×5 m) y registra bandas de superficie con una anchura de 80 km. Es el ideal para captar los movimientos de tierra asociados a catástrofes naturales, como los terremotos. Torres recuerda que Sentinel-1 es el componente de Copernicus con la tarea específica de asistir a emergencias como esta, para analizar sus consecuencias en edificios, carreteras, aeropuertos y otras infraestructuras.

En cualquier caso la gran calidad de las imágenes permite distinguir los detalles de grandes áreas urbanas, como Bruselas, o los cambios que se producen en los campos, como los registrados en el valle del Ebro. La primera fotografía de España facilitada por el satélite ha sido de este territorio en Aragón.

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Sentinel-1A solo es el primero de la legión de centinelas que se lanzarán en los próximos años dentro del programa Copernicus. El desarrollo de los dos primeros modelos de cada Sentinel se ha financiado con un presupuesto mixto de 6.000 millones de euros, al 50% por la Comisión Europea y la Agencia Espacial Europea (ESA). Los siguientes correrán a cargo de la Comisión

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