En los últimos años, se ha comenzado a popularizar un término que describe una transformación radical en nuestras estructuras económicas, sociales y políticas: el tecnofeudalismo. Este concepto, acuñado por economistas y filósofos contemporáneos, plantea que el capitalismo, tal y como lo conocimos en los siglos XIX y XX, ha mutado hacia un nuevo sistema donde las grandes corporaciones tecnológicas y oligarquías digitales concentran el poder y desmantelan las bases de la democracia.
Lo que antes eran mercados competitivos regidos por estados democráticos ha dado paso a un modelo donde los datos, las plataformas digitales y los monopolios tecnológicos han desplazado a las estructuras tradicionales de poder. Este fenómeno recuerda a la Edad Media, cuando las monarquías y los señores feudales dominaban la tierra y sometían a la población a través de una estructura jerárquica rígida.
Un vistazo al feudalismo medieval: poder concentrado en pocos manos
Durante la Edad Media, el feudalismo fue el sistema predominante en Europa. Los señores feudales controlaban vastas extensiones de tierra, mientras los campesinos trabajaban en ellas a cambio de protección. La nobleza, junto con el clero, mantenía el poder económico, político y militar, dejando a la mayoría de la población en una posición de subordinación. La movilidad social era casi inexistente, y los privilegios de unos pocos se sostenían gracias a la explotación de muchos.
Aunque este sistema comenzó a desmoronarse con el ascenso de las ciudades, el comercio y, posteriormente, las revoluciones industriales y democráticas, algunos paralelismos preocupantes están resurgiendo en la actualidad.
En el siglo XX, el capitalismo prometió una movilidad social basada en la meritocracia y el libre mercado. Sin embargo, en las últimas décadas, hemos sido testigos de una creciente concentración de riqueza y poder en manos de unas pocas corporaciones globales, especialmente en el sector tecnológico. Empresas como Amazon, Google, Meta (Facebook) o Apple han acumulado recursos que superan el PIB de muchos países y poseen una influencia que va más allá de lo económico: controlan nuestras comunicaciones, nuestro acceso a la información y, en gran medida, nuestra percepción de la realidad.
En este nuevo orden, los datos se han convertido en la “tierra” del tecnofeudalismo, y las grandes corporaciones tecnológicas actúan como los nuevos “señores feudales”. Así como los campesinos medievales dependían de los señores para sobrevivir, hoy los ciudadanos y empresas dependen de estas plataformas para trabajar, comunicarse y consumir. El control de los datos personales y las infraestructuras digitales otorga un poder sin precedentes a estas élites tecnológicas, mientras los gobiernos parecen cada vez más incapaces de regularlas.
La caída de las democracias y el desmantelamiento de sus estructuras
Las democracias modernas, que surgieron como respuesta al absolutismo y al feudalismo, están siendo debilitadas por esta nueva concentración de poder. El tecnofeudalismo no solo amenaza la soberanía de los estados, sino que también socava los principios básicos de la democracia: igualdad, justicia y representación.
Las grandes corporaciones tecnológicas no solo influyen en la economía; también moldean la política. Campañas electorales manipuladas por algoritmos, noticias falsas difundidas a través de redes sociales y cabildeos corporativos que bloquean regulaciones efectivas son solo algunos ejemplos de cómo estas oligarquías digitales erosionan las instituciones democráticas.
Mientras tanto, las élites tecnológicas se presentan como benefactores que “empoderan” a los ciudadanos a través de la tecnología. Sin embargo, el resultado es una dependencia casi absoluta de sus plataformas, lo que les otorga un control directo sobre nuestras vidas, desde lo que compramos hasta lo que pensamos.
¿Qué podemos aprender del pasado?
El feudalismo medieval colapsó cuando las ciudades-estado, el comercio y la aparición de nuevas clases sociales comenzaron a desafiar a las viejas estructuras de poder. Sin embargo, en el caso del tecnofeudalismo, las alternativas parecen más complicadas.
El poder de las corporaciones tecnológicas trasciende fronteras, y sus herramientas para influir en la opinión pública son mucho más sofisticadas que cualquier mecanismo medieval. Además, el desmantelamiento del estado del bienestar en muchos países y el aumento de la desigualdad han creado un terreno fértil para la consolidación de este nuevo sistema.
Si las democracias ya han caído, como sugieren algunos teóricos, el reto será encontrar nuevas formas de organización social que eviten un colapso total de los derechos ciudadanos. Resistir al tecnofeudalismo requerirá tanto la acción colectiva como la reinvención de las instituciones políticas, adaptándolas a las realidades del siglo XXI.
En última instancia, el surgimiento del tecnofeudalismo nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con la tecnología y el poder. ¿Estamos dispuestos a seguir siendo los “campesinos digitales” de este nuevo orden? ¿O encontraremos maneras de desafiar a estos nuevos señores feudales y reconstruir sistemas verdaderamente democráticos? El tiempo dirá si es posible revertir esta tendencia antes de que sea demasiado tarde.
Trump, redes sociales y la manipulación de las democracias
La elección de Trump fue posible, en gran medida, gracias al poder de las plataformas digitales. Facebook (ahora Meta), X y YouTube jugaron un papel central al amplificar su mensaje, permitiendo una comunicación directa y sin intermediarios con millones de personas. Más aún, el escándalo de Cambridge Analytica reveló cómo el uso indebido de datos personales permitió a su campaña dirigir mensajes personalizados a votantes clave, explotando sus miedos y deseos para influir en su decisión en las urnas.
Este caso expuso cómo los algoritmos de las redes sociales, diseñados para maximizar el tiempo de los usuarios en sus plataformas, terminan priorizando contenido emocionalmente polarizante. Las noticias falsas y la desinformación se propagaron como un arma política, socavando la confianza en las instituciones democráticas y dividiendo a la sociedad. El hecho de que Trump utilizara estas herramientas para consolidar su poder mostró cómo las corporaciones tecnológicas, en lugar de ser neutrales, se han convertido en actores clave en el nuevo orden tecnofeudal.
La era Trump marcó un antes y un después en la forma en que las democracias enfrentan las dinámicas del poder digital. Entre las principales consecuencias de este nuevo modelo tecnofeudal está por un lado, los algoritmos diseñados para maximizar el compromiso, debilitando el debate público y fragmentando a la sociedad en burbujas informativas; la explotación de datos personales y la microsegmentación de mensajes se han convertido en herramientas poderosas para influir en los procesos electorales, lo que socava la legitimidad de las elecciones democráticas; el debilitamiento de los estados-nación, puesto que las grandes corporaciones tecnológicas han acumulado más poder que muchos gobiernos, desafiando su capacidad para regularlas y controlar sus actividades. Y por último, pero tal vez de los más importante, la concentración de riqueza y poder: La economía digital ha creado nuevas élites que concentran enormes cantidades de recursos, mientras la mayoría de la población enfrenta condiciones de precariedad y dependencia.